Postas en ruinas y ambulancias inoperativas: La crisis de la salud pública en las regiones más pobres

La precariedad de las postas revela la crisis de la salud pública en el Perú, sobre todo en las poblaciones más pobres y aisladas

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Nos dirigimos al sur. Buscamos tomar el pulso de los servicios básicos de salud en las regiones más pobres y postergadas del país.

Partimos desde Lima y nos desviamos de la Panamericana Sur a la altura de Pisco. En poco más de siete horas de viaje llegamos a la provincia de Huaytará, en Huancavelica.

Pero para auscultar al primer nivel de atención médica que ofrece el estado hay que salir de las carreteras que figuran en los mapas y llegar hasta lo más alto del mal llamado “Perú profundo”.

Desde Huaytará, en teoría, se despliega una red de postas y centros de salud que cubre a todas las localidades aledañas. Pero aledañas, por aquí, no es lo mismo que cercanas: cada caserío se encuentra separado por largos caminos de tierra afirmada.

En el distrito de Quito Arma, el puesto de salud luce más vacío que nunca pues casualmente al momento de nuestra llegada el médico contratado estaba de vacaciones.

Al interior de la posta, un día de semana cualquiera, encontramos solo a Nancy Huamán, quien es la responsable del establecimiento. Ella es odontopediatra, pero desde que llegó aquí - en el 2015 - las carencias la volvieron toda una médico general.

Hace casi diez años llegó como donación para Quito Arma un consultorio odontológico y Nancy cubrió la plaza de dentista. Desde entonces, trabaja en un petitorio para que las autoridades le asignen más presupuesto a esta posta.

La enfermera técnica Doris Quispe trabaja también en la posta de Quito Arma, pero hoy está a cargo de las visitas comunales. Durante su recorrido – que la lleva a pie por caseríos ubicados a dos horas de distancia – se encuentra con Leonel, un niño de 14 años al que nunca se le hizo el diagnóstico pre natal que requería.

Leonel se queda a cargo de su prima Rosmery mientras su madre, quien nos ha autorizado que contemos esta historia, sale a trabajar para llevar la comida a su hogar.

Los cuidados que necesita Leonel se asemejan a los de un bebé, solo que su caso puede ser un tanto más delicado ya que al interior de su cabeza lleva una válvula que impide que su cerebro se llene de algún fluido. La vida de Leonel depende de dicho implante.

Pero movilizar a Leonel es difícil, sin contar el precio que se debe pagar por llevarlo en su silla de ruedas. Por eso, aunque sea indispensable su regreso a Lima, debe permanecer en este fin de mundo rogando que el catéter que recorre su columna no falle.

Los niveles en los que se dividen los establecimientos de salud pública del primer nivel buscan que los males leves no saturen los grandes hospitales. Pero esto implica que cualquier paciente con alguna afección grave pueda ser trasladado rápidamente a un centro de más categoría, un hecho casi imposible en geografías como las de Huaytará, donde recién se piensa en trazar una carretera más o menos decente.

En el distrito de San Antonio de Cusicancha hay otra posta, que tiene un nivel superior a la de Quito Arma, pero solo en papeles.

Aquí encontramos la única ambulancia que existe en varios pueblos a la redonda, pero que se cae a pedazos y es usada prácticamente como un basurero.

Esta posta tiene asignados varios profesionales de la salud, en su mayoría serumistas, es decir, médicos o enfermeras que hacen trabajo comunitario remunerado.

Pero en el lugar no hay aparatos de laboratorio básicos ni equipos que permitan diagnosticar a los pacientes con certeza. Por eso, cuando los médicos solicitan algún examen de laboratorio o por imágenes computarizadas, a los vecinos de Cusicancha no les resulta fácil viajar siete horas hasta la costa para sacarse una prueba de orina o un encefalograma.

Esta posta está proyectada para que atienda a 800 personas de las comunidades vecinas, pero con una ambulancia oxidada es poco lo que se puede hacer.

Otro hecho increíble ocurre en el distrito de Huayacundo Arma, también afincado en este valle olvidado.

Llegamos a esta posta y no encontramos a nadie, pero la mayor sorpresa no fue esa sino que el pequeño pueblo no cuenta con una, sino con dos postas.

Este elefante blanco - hecho para atender en distintas especialidades - no tiene luz. Y tampoco tendría agua si no fuera porque los vecinos se la venden.

La enfermera serumista Claudia Gonzáles tiene asignado un cuarto en esta mole inservible. Los pobladores le venden agua y le regalan un poco de luz durante el día.

Donde sí hay luz de noche es en Huaytará, cuya plaza reboza de pequeños restaurantes. Unas cuadras más abajo las sombras caen cerca del centro de salud.

El personal de guardia nos confirma que las ambulancias están operativas, pero nos revela que no todo es color de rosa.

En este centro de salud, categoría I-4, vale decir, capaz de albergar a pacientes internados y de atender en diversas especialidades médicas, incluso a pacientes referidos desde postas lejanas, no hay manera de sacarse una radiografía. Pero eso no es lo peor.

Al igual que en las postas de las montañas, en el centro de salud de Huaytará se esperanzan en que el gobierno - algún día - eleve de categoría su establecimiento y lo convierta en un hospital con todas las de la ley.

La cruda realidad de esta provincia de Huancavelica, donde enfermarse es peligrosísimo, es la misma que en casi todas las regiones pobres del Perú.

Nuestro siguiente destino es Ayacucho, específicamente la ciudad de Huanca Sancos, a donde llegaremos tras casi nueve horas de pista y trocha.

Sin embargo, la belleza de la ruta contrasta con realidades increíbles, como la de esta pequeña posta al lado del camino, oficialmente inaugurada en diciembre de 2018, pero convertida al día de hoy en el perfecto monumento a la inutilidad.

Por desperdicios como este es que muchas personas en Ayacucho piensan como doña Doris, la mejor cocinera de su pueblo y creyente total en el poder curativo de las plantas. Ella y miles de personas prefieren las hierbas que las recetas médicas.

Llegar a Huanca Soncos es difícil, pero más difícil aún es atravesar mesetas heladas y cruzar por senderos al borde de acantilados para llegar al caserío de Pallcca.

Aquí, aunque hayamos visto varias, se encuentra tal vez la posta más olvidada de todo nuestro recorrido.

La enfermera serumista Érika Melgarejo es la responsable del lugar, al cual cuida y padece por igual.

Bajo techos que se caen a pedazos, Érika recibe a pacientes como el pequeño Cupertino, quien lleva cuatro días con fiebre y presenta rotura de vasos capilares en su ojo derecho.

En la farmacia del establecimiento hay medicamentos básicos, pero ninguno para curarle el ojo a Cupertino. Érika llena una receta casi por compromiso.

Esperan pacientemente que las gotas que les ha prescrito Érika curen al niño, porque llevarlo a Ayacucho puede ser complicado.

Érika también vive en una pequeña y derruida habitación que está en el predio de la posta. Sus condiciones de hospedaje son precarias, pero hay algo que le atormenta mucho más, un hecho que no figuraba ni en las letras chiquitas de su contrato.

En esta posta, los techos se caen y las paredes podrían seguirles los pasos. Cada día, técnicos y enfermeras deben limpiar grandes cantidades de estiércol, pues al anochecer el ganado de las parcelas aledañas viene por aquí a pastar y convierte el perímetro de la posta en un chiquero.

En todo el Perú hay más de 8 mil postas y centros de salud, muchos de ellos en condiciones de operatividad como los de este reportaje. Porque, parafraseando el viejo dicho, en pueblo chico el infierno suele ser escandalosamente grande.

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