Hoy:

    Regreso a Puno: La "tensa calma" en la región altiplánica tras las protestas contra el gobierno

    La reapertura del aeropuerto de Juliaca busca reactivar la economía de Puno, pero la amenaza del paro mantiene alerta a los comerciantes y transportistas que quieren volver a trabajar

    Video: Cuarto Poder

    El martes 25 de abril, un avión repleto de pasajeros partió rumbo a Juliaca. Era el primer vuelo comercial con destino a Puno desde el pasado 6 de enero. Después de casi cuatro meses, un centenar personas pudimos cruzar los andes hasta la meseta del Collao en menos de dos horas.

    La reinauguración oficial del aeropuerto de Juliaca sería recién el día jueves, pero las palmas de bienvenida no faltaron al momento de este primer aterrizaje.

    Como era previsible, todo el terminal aéreo está fuertemente custodiado por uniformados del Ejército y de la Policía. Su misión es protegerlo a toda costa.

    Y es que, el pasado 9 de enero, el aeropuerto de Juliaca fue escenario de un choque de fuerzas desiguales luego de que una turba destruyera los muros de ladrillo y las cercas metálicas.

    Solo el enfrentamiento del 9 de enero segó la vida de 19 ciudadanos y dejó imborrables huellas en el país. Norma Mamani vive al costado del aeropuerto. Dice que tardará en superar el fuego cruzado al que se vieron expuestos ella y sus hijos. Pese al tiempo transcurrido, en casa de Norma todavía se puede ver los cartuchos de los gases lacrimógenos lanzados por la policía.

    Norma es padre y madre para sus hijos. Se gana la vida vendiendo comida, pero jamás imaginó que un día iba a usar su cocina como guarida.

    Juliaca es la herida más profusa que tiene Puno, pero no la única. Nuestro objetivo es cruzar la provincia altiplánica hasta Desaguadero -una aventura impensada hace apenas dos meses- y constatar los rezagos de las movilizaciones sociales en la región aimara.

    Casi todo el recorrido será a orillas del lago Titicaca. Luego de Puno, ciudad capital de la región, llegamos hasta el distrito de Platería, donde no todo es lo que parece.

    Durante las enfurecidas protestas sociales, los establecimientos públicos de todo Puno fueron vandalizados. En muchos casos, las comisarías fueron reducidas a escombros por la población.

    Pasando el peaje, o lo que quedó de él, llegamos a la ciudad de Ilave. Fue entonces que todo se confabuló en contra de nuestro periplo hacia la frontera con Bolivia.

    Llegamos en medio de lo que aquí llaman un ‘paro seco’, plantón que paraliza la ciudad y quita fluidez al despegue comercial que experimenta la región Puno.

    Por seguridad, tuvimos que dar media vuelta, no sin antes averiguar qué pasa en Ilave, lejos de la oleada optimista que celebra la vuelta a la normalidad.

    De regreso en Juliaca, se pudo percibir el mismo malestar latente. Solo que aquí el comercio le ha ganado la pulseada a la indignación. En esta ciudad, clave para la economía del sur del país, conocimos a Merlin, quien nos guiaría a Desaguadero esquivando la furia comunal.

    Merlin es un curtido taxista que lleva pasajeros de Juliaca a Puno. Con el aeropuerto parado, a él y a sus colegas se les hizo imposible trabajar. Juliaca se convirtió en una ciudad intransitable donde los piquetes impedían cualquier tipo de actividad y mucho menos tregua.

    Hoy, la vida se desarrolla con una rutina productiva, pero sobre la base de un descontento que clama por atención. Merlin es un sobreviviente. Nacido a orillas del Titicaca, no comprende que sus paisanos hayan atacado su única fuente de trabajo. Su camioneta quedó dañada por las piedras e impedida de transitar por las rutas de la región. En la ciudad de Puno, a una hora de Juliaca, los negocios también se reactivan, pero no sucede lo mismo con el turismo, la principal fuente de ingresos.

    Junto con Merlin regresamos a Ilave, esta vez ya liberada del yugo del ‘paro seco’. Internarnos en la ciudad permitió ver el estado de las entidades públicas que quedaron inutilizables por las arremetidas de la turba. La comisaría, vacía y hecha añicos, grafica completamente lo que pasó aquí hace pocos meses.

    En la ciudad de Juli no encontramos ‘paro seco’, sino más bien una colorida y surtida feria. Sin embargo, la amena convivencia esconde también las huellas de la convulsión social. Esto es lo que quedó de la comisaría de la ciudad, incendiada a inicios de marzo.

    Kilómetros más al sur, los montículos que impedían el paso hacia la frontera se muestran como cicatrices en medio de la carretera.

    Cuando llegamos a Desaguadero notamos que el paso de camiones de carga efectivamente se había restablecido. Lo que nadie ha dicho hasta ahora es que este flujo en la zona fronteriza es un dolor de cabeza para los transportistas, quienes deben esperar muchas horas para legalizar el ingreso o salida de sus mercancías.

    El Centro Binacional de Atención de Frontera de Bolivia, o simplemente CEBAF, atiende a todos los comerciantes peruanos y bolivianos, pero no se da abasto. Esto sucede porque su símil en el Perú quedó también inutilizable tras el paro de los últimos meses.

    En el puente peatonal ubicado a un par de kilómetros sí hay servicios migratorios, y la gente se moviliza de un país a otro, aparentemente, sin mayores contratiempos.

    La presencia de nuestras cámaras no fue bien vista por el grupo que mantuvo aislada la ciudad durante los últimos meses. Con poca amabilidad, un agente municipal nos recomendó irnos. Por fortuna, Merlin tiene una cura precisa para los malos ratos.

    De retorno a Puno, nos topamos con un fuerte despliegue policial. En Juliaca, los mandos militares aseguraron que las muertes del 9 de enero no se repetirían. Merlin guarda su camioneta. Con la apertura del aeropuerto espera que no sea para siempre, sino como parte de su diaria jornada laboral.

    Entre tanto, la región Puno se debate entre una tregua a largo plazo y la posibilidad de nuevas movilizaciones. El despegue del aeropuerto será clave para que la población y sus autoridades se pongan de acuerdo en cuál es la opción más conveniente para todos.