Hoy:

    La larga marcha de los peruanos que llegaron a Lima para protestar contra el Gobierno

    El viaje de miles de manifestantes que partieron desde el interior del país hasta la capital sin pasaje de vuelta para exigir la renuncia de Dina Boluarte y el cierre del Congreso

    Video: Cuarto Poder

    Este es el sitio donde Nazca le da el recibimiento a todos los compañeros que se van a Lima a defender los derechos de toda la población. Acá almuerzan. Esta es la historia de un viaje sin fecha de retorno.

    Los reciben con música cuando bajan de bus. Por la Carretera Interoceánica, más de 25 buses han llegado y han pasado por el distrito de Vista Alegre, en Nazca. Piquetes como estos les dan agua, comida y aliento para llegar a la ciudad de lima.

    Ana Espinoza fue, hasta el pasado 31 de diciembre, regidora de la Municipalidad Provincial de Nasca. Pero, durante nuestro paso por este piquete que hace las veces de tambo para viajeros en son de marcha, prefirió omitir ese detalle. Se presentó como una peruana más que ayuda a los cruzados venidos del sur.

    Por este lugar, donde la Carretera Interoceánica se conecta con la Panamericana Sur, pararon miles de personas cuyo objetivo era llegar a Lima. Son migrantes sin pasaje de vuelta, pero con una hoja de ruta que consideran innegociable.

    El baile es parte del recibimiento al forastero: una forma de expresión que en las provincias del Perú tiene múltiples significados. Pero no todos los danzantes peregrinos ven a nuestra cámara con beneplácito: algunos la consideran poco confiable.

    Este mercado de Nazca es otro punto donde convergen muchos manifestantes del sur del país. Los anfitriones, comerciantes todos, garantizan comida casera al paso. Un modo de abasto que en la gran Lima ha generado muchas suspicacias.

    Una delegación de peruanos aimaras aceptó hablar para nuestra cámara, pese a que nos ven con mucha desconfianza. Su vocero asegura que el pueblo del cual proceden es receloso, sí, pero también amistoso.

    Comidos, bailados y arengados, los manifestantes sureños pueden seguir su recorrido. Eso sí, nuestra cámara, pese a la insólita apertura que conseguimos, no tendría todos los accesos de manera asegurada.

    A lo largo del camino, piquetes como el de Nasca se agrupan de algún modo para dar de beber y de comer a los viajeros. La anunciada llegada masiva de manifestantes a Lima activó todos los controles policiales. Uno de ellos fue en la vía Los Libertadores.

    Otro punto de inspección se instaló en la garita de Pucusana, ya en la provincia de Lima. Largas filas de vehículos se formaban para la respectiva revisión. Había inquietud sobre el lugar donde se alojarían tantos forasteros en la capital. Un puñado de ellos llegó a los campus universitarios. En el caso de San Marcos, fueron desalojados por la policía ante el pedido de sus propias autoridades.

    Para el jueves 19 de enero, miles de personas habían llegado a Lima. La danza, una vez más, era su carta de presentación. Aunque solo por breves instantes. Esa tarde, el centro de Lima se convirtió en un campo de batalla. ¿Dónde estuvieron aquella noche los peruanos que vimos viajar?

    A un grupo de ellos los pudimos encontrar, recién, un día después. Isidro Limache recorre junto con Luis Pari las multicolores calles de Lima. Se presentó como un líder aimara, pero su liderazgo no es como lo entenderíamos usualmente.

    “Para que entienda el medio de comunicación: en los pueblos originarios se eligen, dentro de una comunidad, una autoridad. Y, dentro de la comunidad, mandan a sus representantes. Al señor lo han mandado como representante de un pequeño grupo, no de una gran mayoría. Y así hay diferentes líderes que hemos venido autoconvocados”, dijo.

    No todos dan sus nombres, pero los aimaras procedentes de la convulsionada región Puno son ante todo un grupo de individuos. Es decir, varias cabezas en un solo cuerpo.

    Muchos manifestantes llegaron a Lima financiados por ellos mismos. Otros, por sus comunidades. Hay también quienes recibieron apoyo de artistas famosos y otros no tan famosos de sus regiones.

    En muchos lugares fueron despedidos como héroes pues llevan la voz de otros miles. No hay un cálculo certero de su representatividad, pero sí de su magnitud.

    Entre las delegaciones llegadas a la capital hay mujeres, ancianos y hasta niños. Esta será una escena recurrente. La gran pregunta es hasta cuándo. Muchos ven a estos peruanos como simples vándalos. Ellos, a su vez, ven enemigos también a diestra y siniestra. Una generalización viciosa que nos hace dar vueltas en círculos y que ayuda muy poco a entendernos como peruanos.