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La violencia electoral

Incendios, ataques y secuestros. Al descomunal estallido de violencia poselectoral ocurrido en diferentes puntos del país, le sigue ahora una preocupante segunda vuelta que podría convulsionar aún más el ya magullado escenario regional.

El 5 de octubre, en algunas partes del país, la fiesta en las urnas, se convirtió en un violento  desmadre que se tradujo en ataques y quema de material electoral, documentos, planillones, destrucción de mesas, salones y vehículos.

Los destrozos en el distrito limeño de Pucusana se iniciaron el mismo día de las elecciones. Un grupo de gente comenzó a apedrear la puerta principal de la municipalidad. Una y otra vez.

Doce horas después, los mismos sujetos que causaron los disturbios, se presentaban ante las cámaras de televisión como preocupados y pacíficos pobladores, defensores de la transparencia.

En el distrito de Piscoyacu, en San Martín, y Quisque en Huánuco, la violencia se desató apenas se conocieron los resultados bastó que uno solo tire la primera piedra para que la ferocidad se apoderara de la localidad.

Para la máxima autoridad de la Oficina Nacional de Procesos Electorales, ONPE, la barbarie desatada por la derrota en diversos puntos del país, estaría motivada única y exclusivamente por la ambición de manejar el presupuesto regional y municipal.

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