Olvidados en la selva
Las residencias estudiantiles en comunidades de la selva peruana no tienen la infraestructura ni el plan de alimentación necesario para los jóvenes que viven ahí. Por Alcides Hoyos (@ahoyosmejia)
Tras aterrizar en Jaén, en la región Cajamarca, llegamos por tierra, ocho horas después, al distrito de Nieva, en la región Amazonas. Es el inicio de un largo recorrido para mostrar una terrible realidad. Las condiciones en las que viven los niños de las llamadas residencias estudiantiles en lejanas comunidades de la selva.
La carretera, custodiada por rondas campesinas, tiene tramos que parecen recién abiertos por expedicionarios y no permite llegar al corazón de El Cenepa, otro distrito de Condorcanqui. Ir a ese lugar exige navegar el Marañón.
La potente chalupa que nos lleva a su vez nos aleja de los mineros ilegales que abundan por los recodos del río; y también acorta a la mitad un viaje que a los lugareños normalmente les toma entre cinco y seis horas de su día.
A orillas del río Cenepa, hemos llegado a Huampami para conocer la realidad de niños y niñas del Colegio Moisés Moreno y saber por qué viven en esas condiciones en la residencia escolar.
Huampami es un puerto hecho comunidad donde el comercio es la principal fuente de ingreso. Caminando, a diez minutos del muelle, llegamos a la escuela secundaria. Acá estudian cerca de 600 alumnos, entre varones y mujeres: 170 de ellos son residentes.
Los colegios de nivel secundario en la Amazonía peruana son escasos. Un alumno puede tardar hasta tres días en ir y volver de allí a su comunidad de origen. Por eso, muchos estudiantes han convertido sus aulas en viviendas a tiempo completo.
“Yo estoy aquí porque mi mamá no está, me ha abandonado, y mi papá está fallecido. Por eso estoy aquí. Me ayudan los profesores y estoy desde marzo hasta este mes”, nos cuenta un niño.
Este niño, a quien llamaremos Lisandro, tiene 15 años. Como el resto de sus compañeros, tiene una estatura por debajo de la media de adolescentes a esa edad.
“Uno de los problemas que se tiene con la alimentación es que el alumno no está acostumbrado a la alimentación que se le puede brindar aquí”, dijo Patricia Cubas, directora del IE Moisés Moreno.
La comida del programa ‘Qali Warma’ no contempla la dieta que tuvieron desde su infancia los residentes como Lisandro. A decir del personal a cargo, cambiar yucas y plátanos por alimentos procesados trae consigo constantes malestares estomacales.
“Medicamento accesible no tenemos con facilidad. Generalmente, en estas residencias no hay un fondo para botiquín de los jóvenes. Con gestiones internas de los trabajadores se compran medicamentos cada cierto tiempo, pero no te abastece todo el año”. agrega Cubas.
Al culminar su jornada escolar completa, Lisandro hace malabares para convertir su litera en lo más parecido a un espacio privado. Tener un cuarto propio en esta residencia estudiantil suena a película de ciencia ficción.
El padre de Lisandro murió a causa del covid. Sus hermanos mayores no tienen las condiciones para albergarlo y una tía rechazó darle cobijo en su casa. Su refugio es el estudio: cuenta que le gustaría ser matemático o ingeniero agropecuario.
“Me gusta seguir estudiando. Quiero ser un profesional, me refiero a ayudar a los niños que son como yo, que vienen aquí. Quiero ayudar a todos”, nos dice.
“Me siento feliz y me siento triste porque en la semana mis amigos se van para visitar a su madre y a su padre. Pero yo no, me quedo aquí nomás, porque no están ni mi padre ni mi madre”, nos cuenta Lisandro al preguntarle cómo se siente viviendo en la residencia.
Los útiles de aseo de Lisandro son donados por sus profesores, y hasta la ducha que usan él y sus amigos fue hecha a duras penas por el personal de la institución educativa.
“Aquí los niños, cómo ves, así viven. Y aquí también les sirve de lavadero. Siendo una comunidad que tiene más de 600 alumnos”, cuenta Ernesto Trigoroso, coordinador de la residencia estudiantil.
El agua aquí no es potable. Y si tomar una ducha puede ser terrible, ir al baño lo es mucho más.
Las niñas duermen y se asean fuera de los terrenos del colegio. Pero ir hasta allí implica cruzar un avejentado puente colgante cuya refacción lleva meses en proceso de licitación. Los vecinos de Huampami esperan una de dos opciones: o que se ejecute la obra, o que el puente, un mal día, termine por colapsar.
“Y en esa espera, seguimos trasladando a los estudiantes, a más de 500 estudiantes, de cinco en cinco, para que no ocurra un accidente mayor”, comenta Patricia Cubas.
La residencia de mujeres está en una casa cedida por la comunidad de Huampami, pero tiene las mismas carencias que el espacio de los varones.
Niñas de entre 12 y 17 años sufren los cambios propios de su cuerpo en un ambiente hacinado y poco seguro. Sus baños son diminutos y, en vez de puerta, cuentan con un plástico que los cubre.
A María, una de las niñas que vive aquí, le da miedo cuando ya no hay luz del día que ilumine el lugar. El miedo de María no es gratuito. En junio de este año, ella y sus 57 compañeras vieron a este diablo en persona. Un monstruo salido de sus peores pesadillas: un hombre en estado de ebriedad que ingresó a los dormitorios donde dormían las jóvenes.
La directora del colegio elevó el hecho a las autoridades pertinentes, pero seguir con este tipo de denuncias implica que los padres de las niñas hagan viajes constantes y costosos a Nieva, cosa que en la práctica se torna insostenible.
Pero si algo nos asombró, además del abandono en que vive esta parte del país, es el miedo de los niños awajún por la carretera. Nos comentaron que les enseñan a huir de los extraños a raíz del creciente e impune robo de menores que suele haber por aquí.
Nuestra siguiente visita es al colegio ‘Weepiu Yuw Kuyu’, en el distrito de Nieva. Otro centro de estudios de secundaria con residencia formal, pero infernal a la vez.
Mientras conversábamos con el director del plantel, una señal de alarma alteró los planes de la grabación: una menor desmayada.
Por fortuna para la menor desmayada, en la posta había una odontóloga y, al menos, una técnica en enfermería.
Mientras atendían a la niña, que, luego supimos, tenía apenas 11 de hemoglobina cuando el nivel mínimo es 12, volvimos a la institución educativa para ver sus residencias.
Tener camarote en este lugar es un lujo. Pero por lo general falta de todo: útiles de aseo, ropa, y un largo etcétera. Lo que sí hay de sobra son sueños: aquí ninguna niña es pobre por elección.
La cuadrilla de varones alberga a 26 residentes: futuros técnicos y profesionales que, a falta de todo, piden apenas lo elemental.
La puerta del dormitorio de niños es un invento económico, pero inútil en caso de urgencias. El piso de tierra es un potencial lodazal debido a la lluvia. Los padres de familia, sin ayuda alguna del Estado, construyeron a inicios de este año las habitaciones y un par de rústicos camarotes.
Daniela es una de las trabajadoras CAS que el Ministerio de Educación envía a las residencias. A ella le conviene más quedarse callada, pero prefiere contar la cruda realidad. Por ejemplo, para las niñas se hizo una ducha en medio de dos salones. Pero la falta de presión de agua hace que muchas de ellas se bañen a la intemperie en este caño. En el caso de los niños, también fueron Daniela y el personal de residencia quienes instalaron las cañerías que les permiten asearse, al menos, una vez por día.
“Nosotros, el personal de residencia, todos los promotores hemos hecho este silo para que los alumnos puedan hacer sus necesidades. Ya ni puerta hay. No es un lugar adecuado. Acá, cuando llueve, se llena el agua y se llena de zancudos”, cuenta Daniela.
En 2019, el Fondo de Cooperación para el Desarrollo Social (FONCODES) destinó plata para implementar módulos prefabricados. Diez de ellos iban a ir a colegios de Condorcanqui, en Amazonas.
“Lamentablemente, no se ha instalado hasta ahora por el tema del covid. Nos han dicho que van a actualizar el presupuesto para volverlo a licitar y cumplir con este compromiso. Y estamos en espera”, explica Héctor Requejo, alcalde provincial de Condorcanqui.
En el caso de Huampami, el Plan Binacional de Desarrollo Perú – Ecuador quiso invertir más de un millón de soles para mejorar las residencias, pero el ego de las autoridades que querían ver su nombre en la placa de inauguración desbarató todo en 2019.
“Hubo diferencias, no llegaron a un acuerdo. Y ese fondo que estaba destinado a estas residencias, para que sean unas residencias modernas, no se llevó a cabo”, comenta Patricia Cubas.
Buscamos que el Ministerio de Educación nos explique bajo qué criterios autorizan que operen estas residencias, a todas luces inhabitables, y por qué no se contemplan las necesidades de los niños. Pero hablar con los responsables fue tan imposible como sofocar el calor que sienten las niñas en estas colchonetas de educación física convertidas en camas; o tan difícil como bajar la fiebre de un alumno en residencias que se caen a pedazos.
Sería bueno que, tras largos años de desamparo, alguien, de preferencia los responsables por ley, atienda las necesidades de estos niños. Tener una vida digna, en edad escolar, no debería ser mucho pedir.