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Modernización en ciernes. Protestas, desbarajustes, boicot e intereses políticos, todas las aristas en la carrera por la reforma del transporte en la capital. Los difíciles primeros días de la vía Tacna, Garcilaso de la Vega, Arequipa. El corredor azul convertido en corredor afull.
Colas que doblaban esquinas, gente corriendo contra el reloj, pasajeros desinformados, usuarios plantados en paraderos a la espera de buses azules que iban repletos
Limeños con ánimos enervados al no encontrar la tradicional combi en cualquier esquina, dispuesta a parar donde uno levante el dedo y al típico cobrador peleándose por él.
Transportistas que se rehúsan a la formalidad y usuarios disciplinandose de a pocos en el inevitable tema del ordenamiento, las colas y los horarios.
Combis y taxis-colectivos haciendo su agosto a costa de quienes viven en los
cerros del Rímac. Un debut marcado por el desorden, en semana laborable, en los primeros días de funcionamiento del corredor azul que a costo cero, con insuficientes vehículos troncales, y sin buses alimentadores, arrancó en rimera y puso en aprietos al recién inaugurado Sistema Integrado de Transporte.
Pero ahora, la ruta Tacna-Garcilazo-Arequipa luce limpia, sin esas 58 empresas de transporte cascarón matándose (y matando) por un pasajero, sin esos 4,000 vehículos pisando el acelerador y el perturbador claxon de la informalidad en la ciudad.
La reforma del transporte en Lima está en marcha, quizá para los especialistas de manera apresurada, y, ello, ha traído consigo críticas, evidentes desajustes técnicos, pero, al margen de cualquier postura política, ha traído también todo un reto de cambio a futuro para dejar atrás los malos hábitos del pasajero limeño.