¿Quién es James Comey y por qué hace temblar a Donald Trump?
El exdirector del FBI fue despedido cuando investigaba la presunta interferencia de Rusia en las elecciones de EE.UU.
Tiene la meticulosidad de un investigador y el coraje de quien va hasta el final: James Comey, el otrora poderoso hombre fuerte del FBI brutalmente despedido por Donald Trump, conmovió el miércoles a la Casa Blanca con sus fuertes revelaciones. Un mes después de haber sido echado, este policía de dos metros de altura se tomó revancha al publicar una declaración escrita con precisiones que pueden hacer mucho daño al presidente estadounidense.
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Comey confirmó de manera general que Trump le pidió abandonar la investigación sobre Michael Flynn, su exconsejero involucrado en las injerencias rusas en las elecciones estadounidenses del 6 de noviembre de 2016. Esa afirmación puede tener el efecto de una bomba para la Casa Blanca. El testimonio de Comey se divulgó horas después que Trump nominó como nuevo director del FBI a, Christopher Wray, un hombre que supo estar bajo las órdenes del propio Comey.
El exjefe de la policía federal, de 56 años, deberá desarrollar estas acusaciones el jueves ante el Senado, y puede esperar un trato no muy amigable de parte de la mayoría republicana. Pero este exfiscal federal y exsubsecretario de Justicia está habituado a las audiencias en el Capitolio, un ejercicio en el que se luce con su concentración y su calma a toda prueba, y ha logrado proyectar una imagen de fiel servidor de la ley, a pesar de ser un zorro de la política.
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Sus palabras, fortalecidas por el carácter oficial de las investigaciones que supervisaba, no se borran fácilmente. Hillary Clinton lo padeció en carne propia cuando Comey recomendó en una sorpresiva conferencia de prensa en julio de 2016 no denunciarla por el caso de sus emails enviados desde un servidor privado, pero comentó que la candidata demócrata había demostrado con ese hecho "una gran negligencia".
Aquel día llenó de piedras los zapatos de la ex primera dama en campaña, pero no conformó a los republicanos, que esperaban que la candidata demócrata fuera formalmente acusada ante la justicia. Cuando, a fines de octubre, diez días antes de los comicios presidenciales, Comey relanzó el caso de los mensajes electrónicos, los republicanos lo aplaudieron y elogiaron su autonomía, de la que dudaban unos meses antes. Todo indicaba que era capaz de mantener el timón de la nave del FBI en medio de la tormenta.
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Pero luego el péndulo volvió a girar, cuando se encargó de examinar las sospechas de injerencia rusa en las elecciones del año pasado. Comey se sabía de hecho sentado en una silla eyectable, principalmente desde que se permitió contradecir públicamente a Trump acerca de las escuchas telefónicas que habría ordenado Obama. El presidente lo calificó entonces de "fanfarrón".
Comey tiene un rasgo particularmente notorio: su obsesión por el detalle, que le ha conducido a tomar notar de cada una de las reuniones que ha mantenido con el presidente.
Ambos – Trump y Comey – son nativos de Nueva York, donde disponen de sólidas redes, que el exdirector del FBI pudo tejer cuando era fiscal federal de Manhattan. Padre de cinco hijos, sabe también ser tenaz. Lo probó cuando intentó convencer a Apple, una de las empresas faro de Silicon Valley, de desbloquear un smartphone utilizado por el autor de un atentado en California.
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En 2004, cuando ya era fiscal general interino, vio cómo desembarca en el hospital donde estaba internado el secretario de la Justicia de la época, John Ashcroft, un consejero del presidente George W. Bush, Alberto Gonzales. El asesor intentó convencer al debilitado ministro de que autorizara las escuchas telefónicas sin mandato judicial. Comey amenazó con renunciar y relató los hechos a senadores que lo escucharon estupefactos. Trece años más tarde, cambiaron los protagonistas, pero no el escenario: James Comey hace frente a una nueva tormenta en el Senado. (AFP)