Cristiano Ronaldo ha vuelto al olimpo del futbol. Ha regresado al máximo nivel, pero esta vez con una consagración especialísima: Ser campeón con su país era más que una materia pendiente, era un anhelo casi inalcanzable por la endeblez de su seleccionado y por la ausencia de riqueza a la que está acostumbrado.
Cristiano tuvo que adaptarse y asumir la inferioridad para transformarla en potencial. Portugal, acostumbrado a la intrascendencia y zozobrar ante la más insignificante gripe se propuso cambiar el libreto de extremos y banda, por el pico y la pala.
Para ello la transfusión sanguínea aportada por Joao Mario, Raphael Guerreiro y el precoz Renato Sanches fue no solo un burdo ejercicio defensivo y si un acto de paciencia que fue creciendo como bola de nieve; de los empates áridos al intercambio de goles. Es cierto que el modo copa permite especular y jalar de la cola de las bestias más colosales y vaya que los dirigidos por Santos supieron herir y guarecerse en su espesa táctica.
En una liga siempre gana el mejor y en la copa muchas otras lo hace el más acertado y por ello tal vez para los campeones las cosas vuelvan a ser muy difíciles, pero poco importa; ya habrá tiempo para analizar y predecir el futuro, lo que vale HOY es que Portugal tiene motivos para ser feliz con su primer título continental y Cristiano para ser el dueño del futbol, pero ahora es distinto.
Cristiano Ronaldo pagó todas sus deudas, cumplió con padre y madre patria y hasta podría decir misión cumplida, en ese aspecto ya superó a Messi.