La cuenta regresiva para la extradición de Alejandro Toledo
A pesar de los obstáculos que le pone a la justicia para retrasar su extradición, todo indica que el expresidente acompañará a Pedro Castillo y Alberto Fujimori en una celda de Barbadillo
El destino para Alejandro Celestino Toledo Manrique parece ser, inevitablemente, la cárcel. El expresidente ya empezó a caminar en esa dirección, a pesar de los obstáculos que le pone a la justicia y de sus muy peculiares defensores. Volverá al país que gobernó, su terruño, al que hace hasta lo imposible por no regresar.
Con su bolsa de medicinas en mano, dos televidentes de Cuarto Poder captaron al expresidente, saliendo de la Corte de San Francisco el último viernes. Un juez norteamericano le ordenó, dos días atrás, que se entregue a la policía para, por fin, ser extraditado al Perú. Pero Toledo, como siempre, dio pelea.
La justicia estuvo muy cerca, pero Alejandro Toledo, rápidamente, apeló la orden del juez norteamericano, aceptaron su pedido y ha ganado 14 días más de libertad.
Pero su suerte está echada, la justicia lo tiene acorralado y la apelación fue, en el fondo, una patada de ahogado.
Desde hace 10 años, en el Perú, se investigan cinco hechos de corrupción de su gobierno. Uno de ellos es el caso de la carretera Interoceánica, por el que será extraditado. En este caso se le acusa de recibir una jugosa coima a cambio de otorgar la obra a la corrupta empresa constructora Odebrecht.
La procuradora Silvana Carrión, está a cargo de velar por los intereses del Estado Peruano y asegurar el pago de una eventual reparación civil. Ella asegura que la extradición es inminente, que Toledo solo busca ganar tiempo y sospecha que su presencia el último viernes en la Corte de California fue una demostración, poco creíble, de buen comportamiento.
Una extradición que será el trago más amargo de su vida, pero seguro, que no será el último. Hay un examigo que lo espera con ansias.
David Waisman fue vicepresidente del gobierno de Alejandro Toledo. Pero antes de llegar al poder fue uno de sus más íntimos amigos. Lo conoció en 1998, decidió acompañarlo en su aventura política y vio en el camino su transformación. La construcción de ese personaje de mil matices que aún intenta descifrar.
Lo vio prometiéndole a sus paisanos una carretera que nunca construyó y a la vez arrodillarse con dramatismo para besar la tierra donde nació. Waisman estuvo cerca cuando se convirtió en un verdadero encantador de cámaras de televisión. En un Pachacutec moderno que, a punta de sobreactuaciones, se metió la gente al bolsillo. Siempre acompañado de su pareja Eliane Karp, su cómplice, una avispada gringa que pone y puso el pecho por su cholo.
Todos vimos cómo lideró la marcha de los cuatro suyos, que impulsó la debacle del gobierno de Alberto Fujimori. Un país fue testigo de cómo en una sola persona podían convivir diferentes personajes: el estudiante de Stanford graduado en economía y el provinciano chabacano con predilección por la etiqueta azul. Esa mezcla dio como resultado, más que un fenómeno político, una esperanza ante el fujimorismo.
Cuando Toledo llegó al poder sus contradicciones se agudizaron. Para la foto juramentó en las alturas de Machu Picchu, pero, en verdad, siempre prefirió el calor de Punta Sal. Llamó a técnicos y el Gobierno funcionó en automático, el crecimiento económico llegó para todos, pero sobre todo para sus hermanos y sobrinos.
Negó durante años a su hija y terminó reconociéndola en un mensaje a la Nación. A sus infinitos retrasos, le llamaron la hora Cabana, una sutil forma de calificar su permanente impuntualidad producto de noches ni muy sanas, ni muy sagradas. Su fama de noctámbulo le trajo problemas políticos y de faldas.
Cuando el Gobierno acabó, a pesar de su baja aprobación, se fue cantando. A los pocos años, los empresarios corruptos que ganaron millonarias licitaciones en su Gobierno empezaron a cantar, pero ante la justicia. Quiso volver a ser presidente en la elección del 2016, pero los tiempos habían cambiado.
Su criollada y ocurrencias terminaron en memes y en una votación de solo 1.3%. A fines de ese año los empresarios corruptos lo señalaron como un receptor de millonarias coimas. Inmediatamente, Toledo dejó el país junto a Eliane Karp. Un mes después la justicia peruana lo declaró prófugo y ofreció una recompensa de 100 mil soles, pero él ya estaba instalado en EE. UU. disfrutando de la vida. Aunque a veces, el fantasma de Odebrecht aparecía.
La extradición se aprobó en el año 2019, gracias a las declaraciones de dos colaboradores eficaces que confirmaron coimas por 32 millones de dólares para Alejandro Toledo. Fue detenido en julio del 2019 porque la justicia gringa aprobó que afrontará el proceso de extradición en prisión, pero la pandemia lo salvó y retomó su libertad en 8 meses, en marzo del 2020, por riesgo a contagio. Ahora, tres años después de recuperar su libertad, Toledo da su última pelea para evitar la prisión.
Toledo seguirá presentando recursos para retrasar la extradición. Lo que la justicia norteamericana ha dicho es que cualquier pedido se resolverá pronto. Sus pares peruanos evitan dar fechas, pero hacer cálculos es importante para tener un plan.
Cuando detengan a Toledo, un grupo de policías peruanos viajará a Estados Unidos para recibir al exmandatario y en vuelo comercial traerlo directo a una celda de Barbadillo en Ate Vitarte. Ahí ya hay dos hojas con los horarios de visita de los expresidentes Pedro Castillo y Alberto Fujimori. Se espera que muy pronto una tercera hoja tenga el nombre de otro presidente del Perú.
Tal vez en ese momento dejaremos de ver al personaje y, por fin, conoceremos la verdad de Alejandro Celestino Toledo Manrique.