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13.09.2021

Abimael Guzmán, un genocida a trasluz

Abimael Guzmán, un genocida a trasluz. Video: Cuarto Poder

¿Cómo se transformó un profesor universitario en el líder de la organización terrorista que asoló al Perú durante más de una década? Este es un perfil de quien hasta ayer ocupaba una celda de aislamiento en la Base Naval

Abimael Guzmán Reinoso, el despiadado genocida que condenó al Perú a largos años de terror, ha muerto. Pero ni el ocaso de una cadena perpetua borrará de la mente de los peruanos el recuerdo de aquellas estampas sangrientas que, él y su hueste de fanáticos, escribieron a sangre y fuego. 

Sendero Luminoso es, desde 1980, según la Comisión de la Verdad y Reconciliación, responsable de la muerte de 35 mil personas.

El líder de esta organización subversiva dejó de existir ayer a los 87 años de edad, aunque no falten quienes intentan revivir su trágico legado de entre las cenizas, al menor de los descuidos. Esta fue su vida.

Vimos su rostro por primera vez, un año antes de ser capturado, en este histórico video de 1991, incautado por el GEIN, el Grupo Especial de Inteligencia de la Policía, en una de las casas donde el terrorista se escondía.

Presa de un júbilo maquiavélico, Abimael Guzmán Reinoso tronaba los dedos y se movía con la torpeza propia de un beodo al ritmo de “Zorba el Griego”.

La vida de quien se arrogó el título de “Presidente Gonzalo” forma parte de la historia más negra del Perú.

Abimael Guzmán Reinoso nació en la ciudad arequipeña de Mollendo el 3 de diciembre 1934. Era hijo de Abimael Guzmán Silva y de Berenice Reinoso Cervantes, quien lo abandonó a los ocho años de edad. Así, creció errante entre Arequipa, Chimbote y el Callao.

A los 19 años de edad inició sus estudios de Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional de San Agustín, en Arequipa. Fue allí donde despertó su interés por el marxismo y por la obra del escritor peruano José Carlos Mariátegui.

Luego de graduarse, en 1962, lo contrataron en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, en Ayacucho, como profesor en la cátedra de Filosofía, aunque él y su círculo íntimo de amigos y adeptos se hicieron más conocidos en los bares humanguinos por sus encendidas peroratas marxistas entre copa y copa.

Con el correr de los años, ese grupo de empleados, profesores y estudiantes que, convertido ya en uno de los muchos partidos comunistas de la época, escuchaba sus etílicas arengas subversivas, se hizo conocido también como “Los chupamaros”, debido una inocultable afición por la bebida que Guzmán no abandonaría hasta sus últimos días de libertad.

Quienes documentaron su biografía sostienen que el primer viaje que realizó a la República Popular China, en 1965, lo cambió todo, pues al regresar al Perú radicalizó su pensamiento político, incorporando como eje la idea maoísta de la “guerra popular prolongada” en su proyecto para tomar el poder, que años después desencadenaría una ola de asesinatos, atentados dinamiteros, descuartizamientos y cruentas emboscadas a las fuerzas de seguridad.

Fue entonces que Abimael Guzmán Reinoso dejó las aulas, pasó a la clandestinidad y se convirtió en el líder de su propia versión del Partido Comunista del Perú, conocida por su lema “Por el Sendero Luminoso de Mariátegui” que con el tiempo se reduciría, simplemente, a “Sendero Luminoso”

Una organización armada que se hizo sentir por vez primera el 17 de mayo de 1980. Ese día, Guzmán Reinoso desató su guerra contra el estado peruano mandando a quemar 11 ánforas electorales en la comunidad ayacuchana de Chuschi, su primer atentado.

El propósito era irrumpir contra el proceso electoral de ese año, elecciones libres, democráticas, que no se celebraban en el Perú desde 1963.

Pero entre las bombas, los asesinatos y los delirios de grandeza, este sujeto se las arregló también para tejer otros lazos.

El cabecilla de Sendero Luminoso se casó con la profesora ayacuchana Augusta La Torre, quien lo ayudó a diseminar sus ideas de violencia y a considerar ese elemento como un valor absoluto dentro del aparato terrorista.

La vida de esta mujer es tan enigmática como su propia muerte. Este registro fílmico sirvió para verificar que había dejado de existir en 1888, en circunstancias que hasta aún hoy nadie ha podido esclarecer.

El rol de esposa y estratega militar fue asumido desde entonces por Elena Iparraguirre Revoredo, alias camarada Miriam, número dos de Sendero Luminoso. 

Hasta el año 1992 se creía que el conflicto entre subversivos y miembros del Ejército se libraba principalmente en las provincias andinas del país, pero el asesinato de la dirigente María Elena Moyano, en Villa El Salvador y el posterior atentado en la calle Tarata, en Miraflores, hizo saber a los limeños, de la manera más brutal, que el terror les respiraba ya en la nuca.

Pero la historia le depararía un súbito final a tanta barbarie. El 12 de septiembre de 1992, hace 29 años, un valeroso grupo de agentes del GEIN de la Policía ejecutó la denominada Operación Victoria y, sin un solo herido, capturó a Abimael Guzmán Reinoso, el enemigo público número uno del Perú. A su lado, cayó también Elena Iparraguirre Revoredo. Rodeados por efectivos policiales que habían intervenido la casa donde vivían escondidos, a la cúpula terrorista sólo le quedó aceptar su destino.

A la caída del autodenominado “presidente Gonzalo” le siguió la de los principales dirigentes de su partido, y todos juntos fueron sentenciados a cadena perpetua por delitos de terrorismo, acusados de ser responsables de atentados, asesinatos selectivos y un sinfín de operaciones de sabotaje.

Hace tres años, frente a los tribunales, apareció encorvado, avejentado, pero exhalando todavía algo de la ferocidad de sus años mozos.

Según su historia médica, padecía de hipertensión arterial, psoriasis, artritis e insuficiencia renal. De cuyas complicaciones habría muerto ayer en la mañana.

Abimael Guzmán Reinoso vivió sus últimos días en el aislamiento, lejos de esa cúpula enfermiza que lo veneraba como un dios del marxismo leninismo maoísmo. Un presunto revolucionario que, a menos de un año de su captura, capituló públicamente ante la dictadura fujimorista anunciando el fin de su guerra contra la democracia peruana, a cambio de ciertos favores carcelarios, negociados con su paisano Vladimiro Montesinos.

“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”, reza la frase que las nuevas generaciones deben llevar como bandera para que la memoria histórica nunca nos abandone.

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