Paolo Guerrero: los buenos y malos momentos del atacante de la selección peruana
Su vida en zona de guerra, al límite de la adrenalina, al filo de la angustia, en la frontera entre la tensión y la explosión. José Paolo Guerrero no va a medias tintas, su camino está escrito con plumón indeleble y es que cada cosa que le pasa, deja un estigma, una huella a veces de máxima felicidad y otras de tristeza infinita.
Y es que Paolo es de lucha, la lucha que tuvo con los dirigentes de su club, Alianza Lima para que lo liberen y pudiera jugar en Alemania, desde el comienzo tuvo que ir a la FIFA, hace quince años para ponerse la camiseta del Bayern.
Es de éxtasis, pues apenas lo citaron a la selección peruana, dejó su huella, con goles y más goles. De absoluta zozobra cuando lo acusaron falsamente de escapar de la concentración y al final la periodista Magaly Medina acabó presa y condena por el delito de difamación.
De reacciones nucleares, como en junio de 2008 en Montevideo cuando un ataque de vehemencia le costó seis fechas de castigo y el día que volvió, acabó a los insultos con la afición. De júbilo total, cuando convertido en el buque acorazado de la selección, fue el goleador de la Copa América 2011 con sus cinco tantos.
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De días fuera de control en Hamburgo, lanzando una botella a un hincha o agrediendo al arquero del Sttutgart, expulsión que le costó ocho fechas de castigo. De héroe perpetuo del Corinthians, el día que su gol le dio el mundial de clubes 2012, un cabezazo a la eternidad. De ser otra vez el máximo anotador de la Copa América, en Chile 2015.
El Guerrero de la gente, convertido en el emblema, caudillo, capitán y pilar principal de esta selección en la que nadie creía. La ‘bicolor’ que él, desde su liderazgo llevó hasta el repechaje al Mundial.
Finalmente de ser el protagonista de una pesadilla, de resultado analítico adverso, de suspensión, de impedimento de jugar el repechaje, hasta la reducción a seis meses, que alegra, porque jugará el Mundial, pero no satisface pues sigue clamando inocencia, en la vida en un sube y baja de un fuego tan intenso que casi siempre ilumina su camino, pero que a veces alguna quemadura le dejó.